viernes, 27 de noviembre de 2015

Carta a la fluoxetina

Es automática esta tranquilidad que me inquieta los nervios cuando estás dentro de mí.
Tan suave y tan rígida me raspas frágilmente la garganta. Quiero tener más de tí. Más.
Cuando me siento desanimada la ira desaparece, esa desgana de querer moler a golpes al mundo.
Me robas sonrisas y besos. Unas cuantas caricias aunque no se sientan reales. Son como pétalos que caen de una flor, hojas que ya están secas y buscan deslizarse bailando liberándose del árbol para perderse en el viento.
Sobre todo me elevas y cuando despierto del vuelo sigo soñando que planeo entre nubes.
En confusión, pero segura de tenerte, pues no sé como podría abandonarte.
Y cada vez que la pienso, pienso en tí también, y me pregunto: ¿Por qué si me traes de vuelta tantos recuerdos, no me traes en una ráfaga el suyo?
Quiero acordarme de su cara y de la textura de su piel.  Pero entonces golpeas mi pensamiento con una difusa alegría, en tu lucha contra el apego y en el archivo de tu olvido me avientas palabras, olores, a veces sonidos. Y entonces recuerdo algo borroso. Como una masa incolora y etérea de mierda que me sonríe cruel.